viernes, 9 de diciembre de 2016

LA PUERTA ENTORNADA

Contemplo por la puerta entornada un pasillo de fin inconmensurable,
un camino de muros de madera por bosque y más madera por cielo.
Veo un resquicio luminoso intenso
que no puedo saber de donde viene,
que no quiere cerrarse ante mis ojos.
Siento el latir de unas estrellas escondidas en un lugar de la casa.
Me dejan casi ciego.

Salen penando los espíritus de los recuerdos,
la irrepetible jerigonza de mis mayores
con sus gargantas romas por el pulido de la risa y de los años.
Veo la sombra de mi madre al fondo,
que sonríe a sabiendas que no puedo
cruzar la puerta entornada del cuarto.

Siento que hay al final del corredor otro corredor,
y otro que se unen en pasillos numerosos
hasta formar el círculo eterno de la relatividad del orbe,
donde todo da vueltas y nada es perecedero.

El perfil afilado de la puerta me sirve de quicio, de cuchillo.
Es angosto, no puedo ampliarlo, menos aún tocar la hoja…
El pasillo se estrecha, interminable,
mostrándome que más allá de su espacio enigmático
respira la eterna vitalidad de la muerte.

© Antonio Macías Luna
Lautaro (Chile), 4 de abril de 2005

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