viernes, 9 de diciembre de 2016

LA FOTO DE MI MADRE

Con ojos desvaídos, triste gesto,
cada noche, solo, cuando me acuesto,
desde un portal añejo
tú me contemplas, madre,
sobre la mesita, bajo el espejo.
Le presta cumplido y exacto encuadre
un súbito reflejo
al estático rostro
ante el que mi huérfano latir postro.

Es tu deslustrada fotografía
callada melodía
en el coro de un marco.
Una superficie sepia y baldía
se ha cebado conmigo
tensando un pequeño arco;
marginal enemigo
que dispara una flecha,
de la que me zafo y no encuentro abrigo,
y, al herirme, se resiente la brecha.

Qué elevada ternura
de amor y hasta respeto,
o asfixiante amargura,
puede inspirar una fotografía:
los ojos de un ser quieto,
grabada biografía
en actitud de espera
o arrogancia marcial;
rastros de vida en lindes de madera
con un limpio cristal.

De ti el recuerdo vivo alimenta
ese trozo de cartulina mate
que ante mí se presenta,
donde te miro sin pestañear
sin visos de rescate
como estatuilla sumida en el mar.

¿Recuerdas una vez cuando era niño?
Me acostaste en tu cama tibia.
Besándome en la frente con cariño,
me dijiste: “Bebe, que esto te alivia”.
Me agitaba como aterrada liebre;
mis manos y pies hervían de fiebre.
En el arrebol, en luz diamantina,
ávido, mi cuerpo ansiaba tu seno,
aljibe en tu bóveda numantina,
un estanque sereno;
de la tierra el necesario cobijo
para eterno abono de su entresijo.

Sin un beso, sin mirada, sin adiós,
la ofuscación de un rayo de noviembre
en noche de truenos sesgó tu voz,
tu deshilada urdiembre,
y ocultas estrellas dieron a luz;
la tomaron de tus párpados muertos,
desde entonces libertos.

Por el dardo de un certero arcabuz,
mi corazón tullido,
lanzó un solo de angustia, un alarido
que removió mi ser
y se perdió con tu espíritu huido
hacia el anochecer.

Hasta el infalible día en que muera
y feliz vuelva a verte,
hasta el final de la hundida escalera,
tu detenido reloj inerte
ve sombrío cómo se van mis años,
que son cada vez más;
cómo se deterioran los peldaños
que mis pies cansinos dejan atrás.
.¡No, madre! No es la distancia abismal,
no nos une lo eterno.
¡Nos une un frágil y sutil cristal!

© Antonio Macías Luna
V. Alemana (Chile), 8 diciembre 2009

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