viernes, 9 de diciembre de 2016

PLUMA DE AVE

Pluma de ave extraviada,
pino trémulo de ala que descansas
en el monte sirviéndote de cama.

Ciprés de hojas castañas,
hilos de terciopelo que quemaban
con fuego dorado la hierba baja,
yacías en el suelo abandonada.

Temblabas con mi Mano de la Guarda,
la mano que le canta
al suspiro del viento que te llama.

© Antonio Macías Luna
Castilblanco de los Arroyos (España), 10 mayo 1999

NOCHE DE LLUVIA

Noche de chubascos,
noche hermanada con cadencias de agua,
en concierto de tejas y tinieblas,
en trombones de gotas, de arpegios impensados,
tú arrullas de espasmódico silencio
mi amada soledad.

Noche viajando en lluvia con torrentes,
noche vagando en balsas del otoño;
noche en la caja de un verano muerto,
ya tocas el tambor en mis ajados vidrios,
ya tamizas ladridos con la boca del viento.
Yo confío en tu densa oscuridad.

Noche engullida en lágrimas,
no tengo en quién pensar. ¿Piensa algo en mí?
Los dos solos pensamos.
Tú, en piedra de carbón;
yo, bohemio hecho en piedra.

Sólo te siento a ti,
noche a cuestas de música temblona.
Un abismo de gotas invisibles
me oyen a mí, noche querida,
a solas.

© Antonio Macías Luna
V.Alemana (Chile), 21-7-2007


(Esbozo manuscrito en Castilblanco (España) 20/9/1999, 
entregado al Museo de la Poesía Manuscrita,
San Luis, Argentina)

LA CARRETERA DE LA VIDA

Al encenderse el astro mañanero,
se iluminan paredes y ventanas,
zaguanes, soportales.
Al despertar del lóbrego agujero,
las pasiones humanas
se hunden de nuevo en simas abismales.
Calles mitad en sol, mitad en sombras,
se llenan de color
con tupidas alfombras
que rozan una veta gris de asfalto.
Con ánimo y vigor
mi torre al cielo va de un solo salto.

Mis ojos buscan todo cuanto existe;
con empeño persiste
mi corazón, que encumbra
al ser que mi yo alumbra.

Sin temor a la vida miro al frente,
sigo con la cabeza levantada.
Por sí misma se forma la pendiente
que a fuerza de años pesa en mi terreno
sin usar voladura controlada,
sin mecha ni barreno.

© Antonio Macías Luna

(Publicado en http://maciasluna.blogspot.com el 26 diciembre 2009, a las 19:35 horas)

EL CEREBRO

Exprime el limón dulce del cerebro
hasta que en río fluido se traduzca,
en hermoso y vibrante verso lírico.
Recuérdale cuán lóbrego es su hueco
en la frente del hombre.
Recuérdale que en luces interiores
su majestad supera a la del sol
y guía al ser humano en su andadura.

Subyuga y vence al laberinto gris
para que su ágil red de neuronas,
su masa renovada,
rinda el verbo fragante
que acelera el seísmo
de nuestro corazón.

© Antonio Macías Luna

INCERTIDUMBRE

No te encuentras jamás. No te hallas hoy.
No sabes qué te pasa: si es la edad
o el peso de las cosas que no te hallan.
Eres como una brizna echada al viento
tramando un no sé qué, un posible acierto;
dejándose llevar por los zapatos
invisibles y humanos que la aprietan
hasta que su color se vuelve pálido.

Como esa brizna sales a dudar,
a buscar lo que anhelas hace tiempo.
Eres un ser soñando realidad:
la incertidumbre echada por los suelos
como ese trozo de pajita muerta.

© Antonio Macías Luna
Lautaro (Chile), 10 de abril de 2005

LAS ROSAS DE MIS AMORES

Frescas crecían con vigor mis rosas
en los tallos esbeltos;
un suave aroma despintaba el aire
en espacios abiertos.
A la caricia del color, las flores
lucían con espléndidos destellos
y, en atuendo burlón de carnaval,
de amor me hicieron preso.

Tras agotar olores,
las reinas de abril fuéronse muriendo;
en agonía lenta
no me daban más besos.
Al morir cada una de las rosas,
me atravesaba un doloroso acero.
¡Oh, flor que nace y muere!,
cáliz que, indiferente, suelta pétalos.

Extasiado por límpidas fragancias,
las bellas con pasión, sin desaliento,
mimé al calor de soles,
sin importarme los espinos cruentos.
No me hirieron sus dardos;
me hirieron corazones traicioneros
hasta abrirme en canal
con llamaradas de abrasante fuego.

Ah, si el dragón del silencioso olvido
las quemara en su aliento,
mi alma descansaría en lecho suave,
en cenizas de un horno de recuerdos.

¿Valdrá la pena esperar?, me pregunto
mientras cojo con lástima los pétalos.
¿Vendrá un amor distinto
que restaure las reinas de mi huerto?
Despertando al preludio de mi otoño,
con suerte brotarán rosas de nuevo.

© Antonio Macías Luna
Castilblanco (España), 24 abril 2000

EL RELOJ DE LA VIDA

Prestemos oídos al reloj que aprieta,
indomable brinca su aguda saeta.
A intervalos cortos muere el corazón
detrás de un agudo y fuerte carillón,
vocinglero heraldo de la vida que huye
y en mar de negruzcas aguas se diluye.

El tiempo dispara en puntual diana,
por donde un torrente de vidas emana
caños que se nutren del tiro certero;
corrientes que enfilan el postrer sendero.

Con luces y sombras el sino errabundo
al frente nos muestra las sendas del mundo;
concurridos lechos de arena y guijarro
con pisadas duras selladas en barro.
Senderos fatales el final ansían
para amortajarnos con labios que enfrían
el aire asfixiado de muda presencia.

Al caer la noche de nuestra existencia,
años, meses, horas, segundos se van
mientras el aliento pugna con afán
por morder la boca sin querer salir,
cuando nuestra exánime alma quiere huir.

© Antonio Macías Luna
Castilblanco de los Arroyos (España), 25 feb. 2000

ESCRIBO ALGO

Escribo algo imaginario
con los sueños desvelados del alma,
con los sentidos en vela;
pero no sale nada.
Mi partenaire no habla, es reservada;
actúa como niña avergonzada,
que cose con los ojos semiabiertos.
Escribo y converso,
lanzo palabras y hablo
con el cristal de la computadora.

© Antonio Macías Luna

MUSGO VERDE

Mancha de musgo verde
con apego te aferras
a una roca flotante del arroyo;
tu terciopelo intenta
cubrir con suavidad
la desnudada piedra,
de la que, avasallante,
seductor, te apoderas.
La voz de agua pasada
riscos abruptos llena
de la corriente
en orillas desiertas,
colmadas y oprimidas
por matojos y adelfas.

Musgo amable, tú surges
en una dura senda.
Me aseguro a la pluma
como tú te acomodas a la piedra;
mi mano va trazando un suave azul:
un celaje y un mar que no se encrespan.

© Antonio Macías Luna

MAÑANA DE VIENTO

Hasta el lugar donde la vista alcanza
veo la sierra encrespada en azul
como un mar conmovido en lontananza.

Enloquecen nubes de blanco tul,
ante el sol detienen sus embestidas.
Cesa el vuelo una urraca hosca y gandul,

que huye a las chaparras estremecidas
por el viento, hacia una cumbre remota
con rugosas pieles entretejidas.

La mañana tiembla, atrozmente rota
por la furia que, llegada del este,
silba ecos del aire en triste nota.

Nace con temblor el alba celeste
al soplo salvaje de un nuevo día.
Fustigando el viento el paraje agreste,
canta la arboleda una sinfonía.

© Antonio Macías Luna
Castilblanco (España), 22 de enero de 1999

LOS AMORES QUE PERDÍ

En el sendero que piso,
lleno de arenilla y polvo,
otros acuñaron huellas:
deslizantes en el barro
y en el olvido.
Tras su rastro continúo
deformando los contornos
sin percatarme
que ya mis pisadas devoran
unos pies perseguidores.
Así voy tras los amores
que ya perdí
como otros vienen detrás
de los que, incauto, dejé ir.

© Antonio Macías Luna 
Castilblanco de los Arroyos (España), 6 febrero 1999

LAS RODERAS DE MI PLUMA

En un día aplomado,
desapacible y muerto
me susurran las pérgolas del huerto
que el otoño ha llegado.

Perezosas, las ramas se estremecen,
adoradas por zarzales que se mecen
rasgando el aire vivo.
Se eternizan los dulces cabeceos
de unas espigas a la vez que escribo
y mezclo el frenesí de los deseos
en la cal del papel,
con trazos vigorosos en tropel.

Yo puedo hacer que escapen del azul
las cimas de los montes,
cuando mi alma, al reír, de luz se pinta,
cuando los sentimientos no se frenan,
y extender a infinitos horizontes
las roderas de tinta
que las aradas de los versos llenan.

Y así labra mi pluma con primor
de joyero la plata del vocablo
tiñendo de color
las montañas y el mar cuando les hablo.

© Antonio Macías Luna
Castilblanco de los Arroyos (España), año 2000

LA TARDE ESTÁ TEMPLADA

La tarde está templada,
y es como a mí me gusta:
tibia como la mano sudorosa,
seca como las hojas que se arrumban
por falta de humedad en el verano.
El estío de sol de calentura,
caduco y tembloroso,
se sacude la sed y las pelusas,
marineras del aire,
trepando el palo hostil de las penumbras.

Suena un tambor de cascos percutores,
de caballos con romas herraduras,
con espuelas de hierro,
con orejas en punta,
con jinetes saltando por la línea
del horizonte, pálida y difusa.

Ellos me dictan rápidos los versos
con la herramienta justa,
con los objetos puestos en mi mesa:
lápiz, papel y una invisible cuna
donde sueñan, durmiendo, mis escritos:
las palabras que esperan, que rezuman
desde mi seso lúcido,
a que, azuzándolas, de mí resurjan.

Mi mente está templada,
y es como a mí me gusta:
luminosa, radiante,
tibia como la tarde que me alumbra.
Voy encendiéndole al mundo
por serranías llenas de penumbras,
larras de soledades y de riscos,
ascuas ardientes de Literatura.

Voy salvando hondonadas en los bosques
en busca de mis páramos, en busca
de mi tierra donde han dejado huellas
esos caballos de cerviz robusta;
sus relinchos con gritos desvaídos,
filtrados por los troncos de la jungla,
edifican el castillo de un poema.

Es mi verdad, es mi palabra justa,
la que no vino ayer.
Pero hoy, sin remitir perdón ni excusas,
de repente es mi espléndida visita:
de pronto, sin aviso y con mesura.

© Antonio Macías Luna
Lautaro (Chile), 24 noviembre 2004

EL JUEGO DEL SONETO

   Con estrofas tu mente descalabras
haciendo uso de íntimos bocetos.
Unidos al papel como amuletos,
apuestas entre naipes de palabras.
   Es un terreno que a escondidas labras,
es idóneo para plantar secretos.
Trabajando así das a luz sonetos,
sentencias preciosistas para que abras
   escritos en clamor de hadas triunfales;
una orquesta con notas musicales,
alegría, tristeza, enojo, ira.
   Seguidor de la argucia metafórica,
logras tu sueño: la creación pletórica
donde parece la verdad mentira.

© Antonio Macías Luna
V. Alemana (Chile), 8-07-2008

ANTE UN PAPEL EN BLANCO

El polvo añejo se amontona en capas,
sin que nadie lo toque,
oculta el capuchón metálico de un lápiz;
bayoneta calada, fusil de ánima fina.
Un bostezo al pañuelo;
un picor se rebela en la nariz,
ansiosa por lanzar aire con explosiones.

En la mesa descansan los brazos de quien rige
un mundo regularmente dispuesto,
escena en blanco ansiosa de collage.
Estudio unas cuartillas
enajenadas, agobiadas;
abusadas, violadas
por mis sentencias de improperios poéticos.
Estudio el colorido de un diente de elefante,
pero no tan pesado, con altos objetivos
maquinando un escrito angular y nervioso.

Mi frente de trabajo se pelea
en papel virginal,
con ideas vacías que a los pocos instantes
podrían irse a otros cerebelos,
a otras cavernas que las hagan suyas.

Se afirman las patitas del calendario abierto.
Fisgoneo curioso la rimbombante redondez del día.
Un día sigue a otro por un orden numérico,
por un desorden mío.
Nace de madrugada con la mesa repleta
y lo mata mi mano distraída
hasta que se interrumpe en treintena de fechas,
en docena de meses.

Las fechas se deslizan,
cachazudas, reptando lentamente.
Se alteran cada veinticuatro horas,
¿o soy yo el que se altera?
¿En qué día cae hoy?
¿Martes, miércoles, jueves?
Ya quedan menos ansias
para que se derrumbe otro fin de semana.

Cajones, ataúdes negros de cementerio,
en mi buró maldicen
a cuanto los rodea.
No quieren ser abiertos. ¿Para qué?
¿Para alojar cadáveres de lápices,
corchetes, plumas, letras?

Un fantasma de líneas anuncia en desbandada
el arcano poder de las palabras,
la quintaesencia de toda escritura,
que intenta responder con titubeante trazo
a la pregunta que el papel le hace.

No me habla la luz callada y muerta,
ya se fue ante la noche
repartiendo negruras por la mesa,
un túmulo cargado de cajones.
Mi tabla de trabajo se alimenta
de un retal con tachones.

© Antonio Macías Luna
Lautaro (Chile), 5 de marzo de 2005

LA FOTO DE MI MADRE

Con ojos desvaídos, triste gesto,
cada noche, solo, cuando me acuesto,
desde un portal añejo
tú me contemplas, madre,
sobre la mesita, bajo el espejo.
Le presta cumplido y exacto encuadre
un súbito reflejo
al estático rostro
ante el que mi huérfano latir postro.

Es tu deslustrada fotografía
callada melodía
en el coro de un marco.
Una superficie sepia y baldía
se ha cebado conmigo
tensando un pequeño arco;
marginal enemigo
que dispara una flecha,
de la que me zafo y no encuentro abrigo,
y, al herirme, se resiente la brecha.

Qué elevada ternura
de amor y hasta respeto,
o asfixiante amargura,
puede inspirar una fotografía:
los ojos de un ser quieto,
grabada biografía
en actitud de espera
o arrogancia marcial;
rastros de vida en lindes de madera
con un limpio cristal.

De ti el recuerdo vivo alimenta
ese trozo de cartulina mate
que ante mí se presenta,
donde te miro sin pestañear
sin visos de rescate
como estatuilla sumida en el mar.

¿Recuerdas una vez cuando era niño?
Me acostaste en tu cama tibia.
Besándome en la frente con cariño,
me dijiste: “Bebe, que esto te alivia”.
Me agitaba como aterrada liebre;
mis manos y pies hervían de fiebre.
En el arrebol, en luz diamantina,
ávido, mi cuerpo ansiaba tu seno,
aljibe en tu bóveda numantina,
un estanque sereno;
de la tierra el necesario cobijo
para eterno abono de su entresijo.

Sin un beso, sin mirada, sin adiós,
la ofuscación de un rayo de noviembre
en noche de truenos sesgó tu voz,
tu deshilada urdiembre,
y ocultas estrellas dieron a luz;
la tomaron de tus párpados muertos,
desde entonces libertos.

Por el dardo de un certero arcabuz,
mi corazón tullido,
lanzó un solo de angustia, un alarido
que removió mi ser
y se perdió con tu espíritu huido
hacia el anochecer.

Hasta el infalible día en que muera
y feliz vuelva a verte,
hasta el final de la hundida escalera,
tu detenido reloj inerte
ve sombrío cómo se van mis años,
que son cada vez más;
cómo se deterioran los peldaños
que mis pies cansinos dejan atrás.
.¡No, madre! No es la distancia abismal,
no nos une lo eterno.
¡Nos une un frágil y sutil cristal!

© Antonio Macías Luna
V. Alemana (Chile), 8 diciembre 2009

DÍA LLENO DE ESPEJOS

Día lleno de espejos,
aviva mis oídos
con tus silbidos agudos.
Baña mis ojos, lava mis pupilas
con tu mirada roja y deslumbrante.

Día en trajín de fiesta,
obséquiame un ramo de canciones;
sones hechizantes,
lenguaje de insectos zumbadores.

Día tenue, soporte del crepúsculo
para pintarte en rosas carmesíes,
alumbra los carriles de unos labios
en la raíz de mis retinas tristes.

¡Abre, oh día, tus ojos de princesa!
Ábrelos con la brisa.
Tráeme evidencia de una boca alegre,
déjame ser pared para tu risa.

© Antonio Macías Luna

OBJETOS

Son solo objetos esparcidos
en desorden.
Son sólo cosas tan sencillas,
tan inocuas.
Son simples, multicolores:
el pote de la mermelada,
de un azul magenta.
El salero, de un blanco
de dentífrico.
La lata de la leche,
de un gris de frío.

Un trapo con arrugas les hace un cerco
con su halo de aparente terciopelo,
piel con granitos.

Son sólo cosas que esparrama un tablero,
la tapa resignada de una mesa.

© Antonio Macías Luna
Lautaro (Chile), 9 de junio de 2005

CAFETERA HIRVIENDO

C-r-r-u-j-e la cafetera
en la plancha candente de la estufa
como un mástil con vela desplegada,
tomo tijera rajando la lona del viento
en una tempestad.

Rechinan dentaduras,
se quiebran maxilares de metal.
Se persiguen
c-r-u-j-i-d-o-s de osamentas
cada segundo,
rít-mi-ca-men-te;
cada segundo,
muy des-pa-cio, quedo.

Su lengua, cansada de hablar callando,
comienza a achicharrarse
tras un monólogo desafinado.

© Antonio Macías Luna
Villa Alemana (Chile), 26 diciembre 2009

TENTACIÓN (II)

Historias superadas duermen en el olvido,
cubiertas de hojas secas de otoño fenecido.

Su beso de halo ardiente, sensación placentera,
sabe a arena cálida y mi lengua lacera;
es vino envenenado, con áspero aguijón
hurga el fondo del alma insistente espolón.
Sus labios me dejaron sabor a sal amarga,
pronunciada hendedura de una pesada carga.

Demonios inquietantes pinchan hondo en mi sueño;
me traen su memoria a pesar de mi empeño.
Creí tener franqueada la senda del olvido.
Cuanto más lejos fui, más su boca he sentido
de manos de recuerdos, duendes soñando amor
que vuelven a poblar la celda del dolor.

No. No quiero sentir sus entrañas calientes,
rojas pavesas de hoscos leños incandescentes,
que cegaban mis ojos hasta dejarlos huecos.
Quiero huir, desertar dolosos recovecos
que en otra hora brindaron eternos laberintos,
robaron mis sentidos hasta quedar extintos.

¿Por qué razón te muestras, oh, destino, tan cruel
que vuelves a poner en mis labios la miel,
y el volcán de sus besos en las noches de invierno
reaparece con furia como llamas de infierno?

No. No pueden vencerme sus ojos de misterio
negro, hechizar los míos con mágico sahumerio.
El frío amor por ella se encendió hasta quemarme
la fatídica noche en que dejó de amarme.

No. No deseo ir a llorar junto a ella
en su ardiente lucero. Que se aleje su estrella,
que la absorba el espacio, el paraje infinito
donde el llanto perece y queda yerto el grito.

© Antonio Macías Luna
Villa Alemana (Chile), 26 diciembre 2009


VOCES DE SILENCIO

El tictac del reloj
son voces que hablan solas, por sí mismas.
Latidos de badajos
que anuncian el silencio de la pieza,
la pena de los muros,
el tembleque flamígero del fuego,
la sobriedad invicta de los muebles.

Sordina de la atmósfera, desgarro del espíritu.
Linde entre los sentidos y la muerte.
Tierra de nadie que nadie quiere.
Idioma de sepulcro
que produce sudores en las sienes.

Clama la habitación.
Sollozan las paredes.
Va a revivir el fuego.
Reaparecen los muebles como espectros.
Se va la calma en la molécula etérea;
algo se va de nuestra vida oculta.

Los segundos, a gritos
crean su propio lenguaje,
arcano, soterrado,
inequívoco, activo.
Yo, sin querer, lo entiendo.
Y tú, ¿lo oyes al menos?

© Antonio Macías Luna
Lautaro (Chile), 1 de marzo de 2006
(Publicado en el blog http://maciasluna.blogspot.com 
el 8 noviembre 2009, a las 23:26 horas)

LLEVO EN LOS LABIOS



Llevo en los labios el aroma de un canto.
Sepan que soy un labriego de versos
porque surgí de un brote, de un palo al aire,
una rama del árbol de la poesía.

Siempre llevo en el lomo la luna a cuestas.
Miren que soy vástago de una guerra
porque voy como bestia marcada a fuego,
mulo cargado de angarillas con noches.

Sé que soy una flauta sin estrenar,
un instrumento sin auxilio del aire;
sin el intérprete que le saque los tonos
a fuerza de soplidos y dedos trémulos.

Sé que soy el residuo de una contienda:
un jirón, un desecho entre mandíbulas,
tenazas de dos monstruos desesperados
por el color sangriento de dos banderas.

Aunque me acosté a diario burlando el hambre,
con un verso en los labios, la luna al hombro,
hubo en mi boca un zumbido de abejas:
un enjambre de trompas libando en paz.

Nací tras una guerra.
Soy sembrador de versos.
Resucitando flores de muertos pétalos,
traje por dientes los narcisos de un canto.

© Antonio Macías Luna
V. Alemana (Chile), 23 de julio de 2009 
Publicado en Portal “Poetas Andaluces”

A UN PAPEL DE PERIÓDICO

Papel suelto en retales dividido,
eres hijo del suelo y la inmundicia.
Echa raíz en ti la oscura mugre,
y los ecos del mundo son noticias
que tu espalda y tu pecho
atiborran y humillan.

Callado observas nubes que descargan
en tu rostro, que el pie vence y alisa.
La suciedad tenaz
cubre tus frases de dolor y risas,
huerto estéril de letras
que con total descuido todos pisan.

Te va empujando el cielo en aguas turbias,
flotas a la deriva.
De muerte herido, rozas solitario
los bordillos parando en las esquinas;
te resistes, te curvas y te ahogas,
y al fin de ti se olvidan.

© Antonio Macías Luna

LA PUERTA ENTORNADA

Contemplo por la puerta entornada un pasillo de fin inconmensurable,
un camino de muros de madera por bosque y más madera por cielo.
Veo un resquicio luminoso intenso
que no puedo saber de donde viene,
que no quiere cerrarse ante mis ojos.
Siento el latir de unas estrellas escondidas en un lugar de la casa.
Me dejan casi ciego.

Salen penando los espíritus de los recuerdos,
la irrepetible jerigonza de mis mayores
con sus gargantas romas por el pulido de la risa y de los años.
Veo la sombra de mi madre al fondo,
que sonríe a sabiendas que no puedo
cruzar la puerta entornada del cuarto.

Siento que hay al final del corredor otro corredor,
y otro que se unen en pasillos numerosos
hasta formar el círculo eterno de la relatividad del orbe,
donde todo da vueltas y nada es perecedero.

El perfil afilado de la puerta me sirve de quicio, de cuchillo.
Es angosto, no puedo ampliarlo, menos aún tocar la hoja…
El pasillo se estrecha, interminable,
mostrándome que más allá de su espacio enigmático
respira la eterna vitalidad de la muerte.

© Antonio Macías Luna
Lautaro (Chile), 4 de abril de 2005

SEÑOR, QUÉ ALIVIO

   Señor, qué alivio, vuelvo hoy a rezar.
Cuánto tiempo sumido en la torpeza
de un mundo sin amor, sin esperar,
sin prestar atención a tu grandeza.
   Señor, era más fácil ignorar
tu alta misericordia en mi flaqueza;
era mejor en mi antro aletargar,
tal vez porque la acérrima pereza
   me hizo tener los ojos encerrados.
Ábremelos, Señor, que no estén yertos.
No dejes que me pierda en los desiertos.
   Aléjame de páramos helados.
Llévame de la mano a tus llanuras.
Líbrame de aflicciones y amarguras.

© Antonio Macías Luna
Castilblanco (España), 13 de mayo de 1999

LA CIRUELA

Un filo cortante la recia piel roja
oscura levanta en capa rosada,
y escurre su néctar que al plato sonroja
en ágiles ríos por senda plateada.

La furia bestial del cuchillo pela
hundiendo su filo en tambor de cáscara;
así se prepara la dulce ciruela
que al aire se entrega; le quitan la máscara
argenta de polvo, de días desiertos,
mostrando una cara blandengue y carnosa.
Manjares perfectos de almíbar cubiertos
son los que conforman la esfera sabrosa.

Alberga en su seno botón de semilla
que engendra una carne con flor de rosales
Con tan exquisita, sensual maravilla
se embriaga la boca de esencias frutales.

© Antonio Macías Luna
Castilblanco (España), 28 agosto1999
(Publicado en Portal “Poetas Andaluces”)

BRINDIS POÉTICO

¡Salud! Gritamos fuerte por haber descifrado
el crucigrama impuesto por una oculta copla:
laberintos encima de un papel servilleta.
Alzamos en un brindis lo que lanza la boca.
Viendo la copa en alto, brindamos libertad
a un jugo prisionero en la cárcel de Baco.

¡Salud! Brindamos hondo, y se suelta un raudal:
un portento sintáctico que nos inunda el ego;
un tumor infectado por enfermedad de años
por obra de la mente. Después, nuestros semblantes
viran al bermellón; aparecen teñidos
por la sangre vital que se agolpa en la mano.

La encumbrada hostia roja, desde su prominencia,
provoca en su copón el parto de los versos
con la chispa que salta de un pedernal grisáceo:
nuestro seso alojado en la cueva del cráneo;
el útero sagrado del que, obligada, nace
la poesía premiada con el laurel de un grito.

© Antonio Macías Luna

REFLEXIÓN

Lluvias, vientos, relámpagos, nevadas,
amor, pesar, engaño, desengaño;
disparos de la vida manifiesta
que en luz a todos riega.

Fogonazos que ciegan
a los ojos abiertos:
las ventanas externas del espíritu.
Pero los que carecen de visión
culpan de su ceguera al corazón.

© Antonio Macías Luna

A UNA ENCINA MUERTA

Encina muerta que encumbras el horizonte,
tu tronco rosa ceniza mana del monte,
acariciado por auras suaves y huidizas.
Racimo de hojas resecas y quebradizas
que se deshacen al tacto de suaves dedos,
tú despejas mis temores y absurdos miedos.
Cuántas veces te he cantado con voz del alma,
con fragores de tormenta y con la calma.

Árbol con gritos de leña, mi rosa muerta,
entre las otras encinas destacas yerta
con colores desvaídos en bajo grana.
Reina del encinar, eres mi soberana.

© Antonio Macías Luna

CIEGAS ESTÁN LAS ROCAS

Ciegas están las rocas
si no alcanzan a ver la curvatura
del camino,
si no llegan a oír las pisadas
del peregrino.
Sordos deben estar los hombres
si no llegan a oír la lluvia que cae
desde el trampolín celestial.

La tierra disgregada, humedecida,
está atenta a todo, sorda y ciega:
a las rocas endurecidas,
a los hombres de corazón de roca.

© Antonio Macías Luna

DEAMBULO


Deambulo sagaz, despacio;
voy senda a un cielo de vida.
Mi ánimo de oro limpio
se alegra con las encinas.

Ya no respiro tormentas,
y un manto gris luce encima
del bosque cerril de copas
en tarde quieta y distinta.

El monte y su hueste de pájaros
ríen calma divina.
Gritos de canto me dan,
perfumados por la brisa.

Notas de paz quiere oír
mi simiente agradecida.
para degustar su lira.
Que me atosiguen de arrullo.

Estableciendo mi rumbo,
los ojos al frente miran,
a los troncos y a la senda
sin forzar ni errar la vista.

© Antonio Macías Luna

MI SOLEDAD (II)

Sola está la tarde para escribir,
lista está la mente para abonar
y deshojar pensamientos.
Nubes tormentosas se evaden ante mí
en gruesos algodones.
Regocijan los prados
hambrientos de savia acuosa.

Qué incertidumbre me invade el ánimo,
amiga de la negrura de ese cielo,
de esos campos baldíos.
Qué aleación de tristeza y sombra
se arraiga en el ambiente;
tan ligera que reviste
una pegadiza soledad:
mi sombra dormida en la cama
de una tarde como ésta.

© Antonio Macías Luna

CAÑAVERALES

Cañaverales que oléis
a perfumes de la tarde,
de un sol que apenas arde
os resguardáis y escondéis.

Lanzas clavadas entre hoja
trémula y verde demarcan
arroyos muertos que abarcan
la llanura seca y roja.

Picas delgadas de caña
con alas de hojas picudas,
filos de astillas agudas
que la luz con sombras baña.

Carrizos de polvo gris,
oid las voces de mi alma;
llevadme al remanso en calma
donde vosotros morís.

© Antonio Macías Luna

LA VOZ INTERIOR

¿Te preocupa la voz
no escrita en pergamino y deliciosa,
cuando nace escondida y belicosa,
aunque suelte una tremebunda coz?

La agresión de oraciones medio ocultas
surge de tu fontana permisiva.
Déjala que dispare furia altiva,
sufre las impactantes catapultas.

Yo acepto el timbre grave de su influjo,
el rimbombante ego
que no permite huir a mi labriego
de unos espantapájaros de embrujo.

Escucha el crepitar de la existencia
como la lumbre que arde
sin ser vista. No es tarde
para que te alimentes con su esencia.

Escucha sin rubor la sinfonía,
la irritada orquesta;
una explosión de notas con la gesta
victoriosa y final de la Poesía.

Oye esa aria feroz:
la que pretendes reducir a un canto.
Verás que se arrellana como un manto
la escabrosa meseta de tu voz.

© Antonio Macías Luna

TERRONES DE AZÚCAR

Terrones de azúcar, casas de nieve
en montes, en los que la tarde saca lenguas
de asfalto gris, de alquitrán caliente.
Prados, campos rojizos de siesta,
alegradme con trompetas de oro,
con vuestros sonidos de sierra.

Regocijadme con vuestros adornos
de sol en fiesta.
Rociadme con vuestros rayos dorados,
regad mi alma recién despierta.
Quemadme a fuerza de sol, a fuerza de verano.

Dadme alegrías y quemadme tristezas.

© Antonio Macías Luna

SIENTO CÓMO SOLLOZAN

Siento cómo sollozan al otoño
unas hojas torcidas.
Las mueve un hálito desapacible
con su habitual carisma.
¡Ah, cuánto dolor sienten mis tobillos
rompiendo esas costillas!
¡Ah, cuánto duele un pisotón adrede,
una montaña encima!

Se acercan lentamente a saludarme
como escolares tímidas;
unas sobre otras hasta que se suben
a mis zapatos, bases deslucidas
de mi fuste, mi escuálida columna:
un cuerpo que entre obstáculos camina,
atento a la sorpresa
de espontáneas caricias
y a las rachas del viento,
padre de la llovizna.

No me conformo con limosnas de aire,
me achicharra la envidia.
Quiero ser una de esas indefensas,
rechazadas por fértiles ramitas,
que vertieron la sangre a borbotones
y a cualquier suela incómoda se arriman.
Quiero como ellas verme en adoquines,
escuchar sus temores y agonía.

Se alejan los humores de la tarde
en fondos de amatista,
pero la tarde es codiciosa, huraña,
paciente y sibilina.
Parece a punto de atrapar un muro
para sembrar en él su semilla,
para asentar su imperio,
su luz de aura incisiva.

Mirándose en paredes desconchadas,
el plátano a sus hijas
libera y me franquea sobre el piso
unos pasos que obligan
a danzar cuidadoso,
con temor a la brisa.

Sigo arrastrando rostros en harapos,
caras a unos sudarios adheridas:
hojas sin alimento,
mis exhaustas amigas.

Dan a entender en petición humilde
que mate su agonía.
Quieren que las aplaste.
Puede ser que en su sísmica
trepidación a locas estén dando
lugar para que acabe con sus vidas.
Pero yo las esquivo;
no quiero ser verdugo de unas víctimas,
de prisioneras mórbidas
que con humilde sumisión me miran.
Por la pena de verse descubiertas,
su aspecto enclenque hace que me resista
a trizar los palillos de sus nervios,
quebrarlas y destruirlas.

Es mejor que abandone mi camino
en la otoñal cornisa,
bajo la empalizada de las copas,
que aliviadas respiran
del canto que en estío les impuso,
volando sin parar, la golondrina.
Tomo una calle lateral, sin norte;
voy dejando esas caras consumidas.
Me vuelvo y miro atrás: ahí os quedáis,
criaturas pobres, míseras.
Adorad al otoño, vuestro rey,
valerosas y frágiles amigas.

Detrás de mí quedaron sus cadáveres
en ataúdes que giran y giran.
Las hojas por detrás de mí se arrastran,
en cortejo me gritan.
Me recuerdan que soy
uno a yacer bajo ellas algún día.

© Antonio Macías Luna

OH, NUBES

Oh, nubes, sois las blancas
sombras de mis alientos.
esclavas del azul que os sirve de soporte
bajo un grandioso techo.

Se deslumbran los ojos con vuestra plenitud,
con la pureza nívea de un conyugal cortejo,
con el rancio blancor
de los siglos eternos.

Con amigas cercanas,
formáis un noble ejército:
sois mástiles en alto de quienes os contemplan
para izar desaciertos.
No sufrís sed en grupo;
unidas en la lucha, se os reduce el destello
y volcáis en los campos
vuestros grandes estómagos de frescores repletos.

El resuello vibrante, la nariz agitada
mostrando mi primer y mi postrer deseos
se mueven sin premura en vuestra masa informe;
voluble humo que surge de una pira en el cielo.
Vuestra imagen espesa cual neblina de mayo
me ayuda a camuflar los combates pretéritos:
cenizas que se extinguen
bajo la olla del tiempo.

Oh, nubes que pasáis, admiro vuestra astucia,
oasis de momentos,
porque en vuestra carrera podéis hacer posible
que cambie un pensamiento.

Oh, nubes que lleváis vestimenta arrugada,
cuando volar os veo,
soy amo de una mente encerrada en alturas,
soy fiel esclavo vuestro.

© Antonio Macías Luna

POEMA EN LA INTIMIDAD

Es de noche. Las calles se alimentan unas a otras
con arroyos que inundan el cemento,
con caudales nerviosos.
Caen gruesos hilos de saliva de los cielos.
Cuelgan cortinas de agua de los aleros.
¿Me servirá para algo esta lluvia?
¿Me ayudará su riego imparable?

Una puerta me muestra, misteriosa,
la salida hacia un mundo de negror,
a una noche de herrumbre, huérfana de estrellas;
al jardín donde lirios con lluvia atrasada
acechan, escondidos en el césped
para sorprenderme con un estirón
cuando el temporal cierre los labios por unas horas.
¿Me ayudarán las flores en el agua,
en vigilia forzosa esta noche?

Es noche inverosímilmente larga en la verosimilitud
de mi paz, junto al calor de la estufa;
donde la llama duda antes de crecer,
donde su vida nace de vibrantes chispazos
como si fuesen ráfagas, soplos de ingenio.
¿Me servirá para algo este fuego?
¿Me ayudará su aliento dubitativo?

Se me encienden la sed y apetencia literarias.
Tengo tanta hambre de versos
que es como si esta noche, pletórica de ocultismo,
me estuviese rindiendo un último poema,
el último de mi vida.

Escribo unas palabras. Me surge el problema;
más que un problema, unas estrofas incipientes.
Y éstas se desenredan en paradójicos acertijos,
en preguntas sin signos de interrogación,
un campo de cultivo en el papel en blanco.

Poco a poco arrecia la lluvia.
Me hundo en el precipicio de mi nuevo dilema,
de mi recién nacido vástago con la verosimilitud
de la lluvia que bombardea con fuerza,
de los lirios que se inundan en frescura,
de la estufa que crepita,
agonizante.

Se aliaron conmigo
las flores, el agua, el fuego,
yo mismo;
inverosímilmente todos
para rematar estas líneas verosímiles
recién empezadas,
que no parecen mías.

Acabaron el poema
las canaletas atoradas de agua,
las flores húmedas
y el resplandor de unos fogonazos
diciendo adiós con lenguas de felino.

© Antonio Macías Luna

MI SONRISA

Mi sonrisa se nota a duras penas
como nace el cilantro de repente.
No es audaz, decidida;
es un trazo que no estira mi boca.

Cercos de alambre hacen de mazmorra;
de insalvable pared a mi alegría.
En un rincón lleno de noche, lejos,
un perro pone a prueba sus pulmones.

Me envía el texto de un mensaje a golpes.
¡Con qué insistencia pide!
¡Y cómo exige en carcajadas cortas!
¿Es quizá su manera de reír?

Yo no río. Me afano en sonreír.
Como flor de cilantro en el verano,
quisiera que mis tallos se alargasen.
Procuro al menos encorvar los labios.

© Antonio Macías Luna

SED INSACIABLE

   Una sed insaciable, en mi alma roja
de rabia, me tiene atormentado;
es la causa, un amor desventurado,
de este mal incurable y mi congoja.
   Quisiera extraer, con la afilada hoja
de la mente, el madero desgraciado
de un trance súbito y desacertado.
Un amargo caudal arrasa, moja,
   llena mi rostro con desconsuelo;
me abre sendas de sal en las mejillas.
En el campo de amores perdedor
   nato soy. Con los ojos en el cielo,
ojalá pueda sacar las astillas
y ser, por una vez, el vencedor.

© Antonio Macías Luna

A UNA PIEDRA PESADA

Erguida ante la sombra de una tapia,
preparas una cama sobre el césped.
Tus pensamientos crean minerales
para ofuscar al sol en el celeste.
Es difícil dormir como tú bajo
la oda del tordo, su gritar alegre;
no achicharrarse en el calor diurno,
en la cantera de tus redondeces.

Firme sobre pies planos,
enseñas tu figura con relieves.
Dejas lucir desdibujados frunces
en la pared de tu avanzada frente.
Obsequias horas de estupor al tiempo
sobre tu blando asiento de pesebre
con pesadez, con sinrazón obtusa,
con aflicción de interminable muerte.

Sobre tu cumbre llana
y en tus faldas raídas por vertientes
machacan hojas de maíz resecas,
fanáticas amigas de los verdes;
esclavas de la brisa vespertina,
flecos que junto a ti en murmullos mueren
desprendiéndose en ángulo plegados,
en puntas de alfileres.

Siento, aunque no me creas, tu interior;
me llega un pulso lánguido y latente.
Un hálito se acerca a ti y a mí:
viento de campos donde corren liebres;
donde te ganan en veloz carrera
los años que en redor de ti se mueven.
Cuando apaguen las sombras tu estatismo,
escaparás de mí para no verte.

© Antonio Macías Luna

A LAS DEHESAS DE BURGUILLOS

Qué gusto me da contemplaros,
¡oh, rojas dehesas!,
al romper el alba
cuando el sol acaba
por desparramar las tinieblas.
Cómo os hacen sombra
unas a otras vuestras cabezas,
paredes al sol,
a su llama dominadora.

Os canto con toda la fuerza,
con el brío desenfrenado
de mi corazón rebosante,
con el desbordado denuedo
de mi alma perpleja.

Los verdes manchones,
esos verdes fríos, celestes
sobre vuestros montes
hacen que mi ánimo se altere.
Son las mantas, los cobertores,
los faustos broqueles
que os cubren y abrigan
contra las heladas ariscas.

Habladme, decid.
¿A dónde fueron a parar
vuestro venturosos guardianes,
aquellos demonios bravíos
de cuya cerviz
en negro zaino
dos puñales cruzan el aire?
Os defienden la honra
con sus corazones de acero,
narices abiertas
e hilachas de baba,
y os pisan las tierras
sus angulosas patas.

¿Dónde están las hoscas siluetas
pegadas a un cielo violeta,
que lanzan a todo pulmón
bramidos de guerra?
¿Dónde, los alientos de infierno
que abrasan vuestra ajada piel?
Dejaron sus puestos,
mansos y llevados
por los carruajes de la noche.

Puntos negros en marcha lenta
se avecinan amenazantes.
Son vuestros guardianes,
que se despertaron
con las estridencias
de un alegre cantar de pájaros
desde la paciente arboleda.

¡Oh, inusual dorada belleza!,
la que reparte cada día
el sol en porfía
a las alambradas punzantes,
a los jalones de hormigón
y hierro oxidado,
cuya herrumbre miráis
amasada al sol.
¿Y esas traviesas entre sí unidas,
cuyos pies se clavan
en vuestras entrañas,
esqueletos férreos,
torretas marciales
cargadas con cables
de eléctrica fuerza
y muerte instantánea.

¡Oh, llanos extensos!,
picados de aisladas encinas,
hermanas de los eucaliptos,
junto a juguetones regueros
que a capricho os despintan
los días de lluvia y granizo.

¡Oh, fértiles campos!
Sois el paraíso pequeño
de Dios en la tierra;
mar ondulado y estremecido,
surcado por los cortafuegos,
que se han convertido
en toscas veredas,
atiborradas de terrones,
donde los débiles tobillos
se doblan y duelen.
Las sendas se alejan y pierden
a los pies de vuestros cortijos,
broches amarillos
sobre el cuero agreste.

¡Dehesas de la serranía!,
fecundas servís
de pan y sustento
a mi alma hambrienta.
Y son vuestros prados
el deseado lecho
donde latirá
mi corazón en vida o muerto.

© Antonio Macías Luna

AL PATÍBULO, EL DOLOR

El canto de unos grillos estridentes
filtra la noche inhóspita y callada.
Mantienen los chirridos insistentes
mi razón en silencio y atribulada.
Se apelmaza con pústulas de fuego
débil, la lobreguez. Dolor me dejas
en esta oscuridad con rumbo ciego
mientras de mis caminos no te alejas.

Con manto de negror el aire enfría
mis íntimos lamentos,
mis estertores de honda rebeldía.
Me acechan los momentos
para anhelar, ferviente, un nuevo albor;
para ahorcar en patíbulo al dolor.

© Antonio Macías Luna

ANTE UN LIBRO ABIERTO

Te saluda con buenas noches
un libro abierto de hojas más que leídas;
unas hojas docentes encadenadas
con la humildad de la sabiduría.
Como cualquier jinete, cruzas llanos de verbos
cabizbajo, pisando caballones,
bajo el lenguaje rutilante de las estrellas.

Te abandona la noche solo.
Te concede un caballo y en su lomo,
una silla con alas
para albergar en tu ínsula irreal
imágenes de sueños

Las líneas del poema son ráfagas ante la vista
junto al rincón ardiente del hogar,
junto al fuego temblón que se aposta a tu lado.
Entre estrofa y estrofa
una voz inaudible agota la lectura.

Tus ojos, putrefactos de sopor,
se recubren de párpados y caen
en dos pozos de cuencas con ojeras,
se desvanecen en la oscuridad
mirando al siempre de la Eternidad.

Tus pupilas se cierran, ebrias de licor poético.
Esperan en su gruta, ensimismadas,
el brillo en terciopelo azul del alba.
Se adormecen los versos,
queda aún cabalgada
                                    hasta el fin del trayecto.

© Antonio Macías Luna

LAS LLUVIAS

Al fin llegaron las lluvias,
agua bendita que Dios
brindó a las secas planicies;
los truenos eran su voz
revulsiva, tan sonora
que su aliento esparció.
Como gratitud, los pastos
gritaban al resplandor
de relámpagos fulgentes,
guiños que ni el mismo sol
podría igualar en luz.
En el rostro, la emoción,
y la lluvia con mis lágrimas
la tempestad confundió.

© Antonio Macías Luna

MI VOZ LEJANA

No soy los estiletes de los cielos.
No soy carruaje de palabras vanas,
deseosas de perforar la tierra
desde nubes con múltiples catanas.

Soy un grito que escapa a los demás,
clamor que los reclama desde los montes.
Soy la garganta con timbales fuertes
que ante ellos se desliza por el orbe.

Sin embargo, mi boca me aprisiona;
me invita a pronunciar loables sílabas.
Se hace escuchar con cuerdas musicales
para que no sea desatendida.

Soy el lenguaje claro del espíritu,
que fulgura como ojos de mandril;
peregrino con paso decidido,
que parte con la voz lejos de aquí.

© Antonio Macías Luna

CUANDO LA MENTE ESTÁ CORTA

   Cuando la mente está corta o escasa,
y un poema se enquista para largo,
el café dulce riñe con lo amargo,
con la pluma rebelde que no traza.
   Me concentro en el fondo de la taza,
que es don caritativo de un encargo;
el líquido infernal que, sin embargo,
infunde luz mientras el día pasa.
   Si no es el léxico profundo y rico,
arde la mente y pienso en el amor,
y de tanto pensar me mortifico.
   Pero no hay que sentirse perdedor;
cuando se torna el verso torpe y chico,
me tomo el café y cato su sabor.

© Antonio Macías Luna

SOY POETA

Soy poeta de la tierra, el mar y aire,
de la ínclita y sensual Naturaleza.
Soy el cantor viajero
que ansía descansar sobre la piedra
y parir versos que le inspire el numen
sobre un tronco sirviéndole de mesa.

Soy el feliz y joven caminante
que toma la vereda
del pensamiento tras el verbo exacto,
en la paciente espera
de alcanzar el honor inmerecido
de embellecer teoremas.

En la tierra, el carril es mi derrota
y mis versos, la enseña
al aire desplegada
para seguir la senda
de la fecundidad, convulso piélago
que se aviva y renueva.

Es mi afán escribirle
himnos a la Belleza
con la ardiente pasión
que el alma me confiera.

Soy poeta de tierras, mares y aire,
lo que el orbe contenga,
y ensalzaré a la muerte con los labios
cuando mi aliento ceda.

© Antonio Macías Luna